En Argentina habitan 38 pueblos indígenas distribuidos en todo el territorio nacional, muchos de los cuales han visto reducidas sus capacidades de producción y subsistencia debido al avance de la propiedad privada y las lógicas de extractivismo capitalista. Desmontes, yacimientos de petróleo, contaminación de ríos, entre otras actividades, limitaron las posibilidades de desarrollo de las 1.653 comunidades aborígenes que existen en el país, según cifras del Instituto Nacional de Asuntos Indígenas (INAI).
Bajo este contexto, el turismo cultural aparece como una opción cada vez más elegida por muchas familias de zonas rurales, cordilleranas o selváticas que son visitadas por locales y extranjeros para vacacionar. Lugares para descansar, disfrutar de los paisajes y, también, conocer las formas de vida tradicionales de esos pueblos.
En el norte de Argentina, veinticinco familias diaguitas de 12 comunidades de los Valles Calchaquíes de Salta conforman una cooperativa llamada Red de Turismo Campesino, que ofrece servicios de ese rubro y productos artesanales en esa región del suroeste provincial, sobre la Ruta 40.
Soledad Cutipa es miembro de la Red y representante de la cooperativa Turismo Campesino. Además, es una dirigente activa a favor de las organizaciones campesinas, de la agricultura familiar y de los derechos de las mujeres rurales.
Interpretar la naturaleza
En la provincia de Misiones, al noreste del país y cerca de la frontera con Brasil, unas quince comunidades mbya-guaraníes conforman la asociación civil Mbya en Turismo, que ofrece a los visitantes caminatas guiadas por la selva, experiencias culturales y de rituales tradicionales e interacción con la naturaleza, entre otras opciones.
El presidente de la asociación, Santiago Moreira, cuenta a este medio que durante 15 años estuvo viajando por distintas provincias para conocer las experiencias de otras comunidades y formarse en turismo, a través del programa Modelo Argentino para Turismo y Empleo, que luego fue más conocido como ‘Proyecto MATE’.
No ofrecen alojamiento, pero sí actividades, como el recorrido de un sendero interpretativo cultural por la zona selvática de Puerto Iguazú, que dura entre una hora y media y dos horas.
“La idea es interpretar la naturaleza en nuestro espacio —explica— y dentro de ella observar las trampas que utilizaban nuestros ancestros, cómo solían cazar, cómo era la recolección de frutos silvestres y las plantas medicinales, les explicamos a los visitantes por qué las antiguas comunidades se trasladaban de un lugar a otro, cómo eran las casas antes y cómo son ahora”.
“Nos interesa generar un impacto en la gente respecto de cómo estamos conectados con la naturaleza. Nuestras creencias son en base a las energías, no a una imagen o a una religión, sino a la Madre Tierra. Es una enseñanza principalmente espiritual“, añade.
Además, se pueden compartir comidas típicas hechas por las mujeres indígenas de la comunidad, así como también la extracción de alimentos para realizar estos platos tradicionales.
También dan a conocer a los turistas sobre la vida cotidiana de estas comunidades, cómo interviene la política, quién los ayuda y quién no, todo eso se cuenta a los visitantes.