Llegar a Sarajevo, la capital de Bosnia y Herzegovina, fue como adentrarme en un cruce de caminos entre Oriente y Occidente. Esta ciudad, cargada de historia, tiene una energía vibrante y acogedora, donde las mezquitas otomanas y las iglesias ortodoxas coexisten con edificios de estilo austrohúngaro.
En cada esquina, parece que el pasado y el presente se encuentran y me invitan a explorar sus encantos.
Mi primera parada fue Baščaršija, el corazón del casco antiguo. Al pasear por sus calles adoquinadas, me sentí transportado al siglo XV, cuando los otomanos construyeron este mercado. Las tiendas vendían de todo, desde alfombras hechas a mano hasta hermosos juegos de té de cobre, y el aroma del café bosnio recién preparado impregnaba el aire.
No pude resistirme a tomar un descanso en uno de los pequeños cafés. El ritual del café en Bosnia es todo un arte, y disfrutar de una taza en este histórico lugar me permitió sumergirme aún más en la cultura local.
Justo en el centro de Baščaršija se encuentra la Sebilj, una icónica fuente de madera que ha sido testigo de siglos de historia. La leyenda dice que quien bebe de esta fuente, siempre regresará a Sarajevo, y no dudé en hacerlo, con la esperanza de volver algún día.
Desde allí, me dirigí a la Mezquita Gazi Husrev-beg, un impresionante ejemplo de la arquitectura islámica en los Balcanes. Construida en el siglo XVI, su fachada de piedra y los intrincados detalles de su interior me dejaron sin aliento. Lo que más me impresionó fue cómo este lugar sagrado ha permanecido en pie a lo largo de los siglos, resistiendo incluso la devastación de la guerra.
La historia reciente de Sarajevo también es imposible de ignorar. Visité el Museo del Túnel de la Esperanza, un lugar impactante que cuenta la historia de cómo los ciudadanos sobrevivieron durante el asedio de Sarajevo en los años 90.
El túnel, construido bajo tierra para llevar suministros esenciales a la ciudad sitiada, es ahora un símbolo de resistencia y esperanza. Caminar por este estrecho pasaje me hizo reflexionar sobre la fuerza y la perseverancia de la gente de Sarajevo.
Otro de los lugares que no podía dejar de visitar era el Puente Latino, donde tuvo lugar el famoso asesinato del archiduque Francisco Fernando en el 1914, el evento que desencadenó la Primera Guerra Mundial. Estar en ese lugar histórico me hizo sentir parte de un momento crucial de la historia mundial.
Para disfrutar de una vista panorámica de la ciudad, subí a la Fortaleza Amarilla. Desde allí, pude ver cómo Sarajevo se extiende entre colinas, con su mezcla única de minaretes, campanarios y arquitectura moderna. Fue el lugar perfecto para contemplar la puesta de sol, y mientras el cielo cambiaba de color, sentí una profunda conexión con la ciudad.
Mi visita a Sarajevo fue una experiencia inolvidable. La calidez de su gente, la riqueza de su historia y la belleza de sus paisajes me dejaron una profunda huella. Desde sus mercados bulliciosos hasta sus monumentos cargados de significado, Sarajevo es una ciudad que no solo se visita, sino que se vive.
Sin duda, es un destino que recomiendo a cualquiera que busque un viaje lleno de descubrimientos, reflexión y encanto.